lunes, 24 de mayo de 2021

Sidi Mohammed ben Hassan ben Mohammed ben Youssef Alaoui

 Sidi Mohammed ben Hassan ben Mohammed ben Youssef Alaoui

 

Mohamed para los amigos. Rey de Marruecos por la gracia de su padre, Hassan II, y de Allah.

Reina y gobierna. Dice que es una democracia pero se parece más a una monarquía absolutista. En Marruecos, los derechos humanos son pisoteados habitualmente, si existen. ¿Por qué perdura la dinastía? Como su abuelo y como su padre, es un experto en manejar y encauzar los sentimientos de su pueblo. De nuevo, nacionalismo y religión proyectan sus lados hasta el vértice supremo del rey, lo sustentan allá arriba.  

Y es uno de los monarcas más ricos del mundo, se las tiene con Isabel de Inglaterra. Medio país es suyo. El resto, de sus hermanas.

El Sáhara Occidental, primero colonia y luego provincia de España, al sur de Marruecos, posee unas inmensas reservas de fosfatos, que en la tercera parte del siglo XX producían pingües beneficios. Hassan II decidió que esa zona había de pertenecer también a Marruecos (junto con los fosfatos, claro). En 1975, aprovechando que su excelencia, caudillo y generalísimo agonizaba en el garaje de casa (a manos de su yerno, que aprendía para brujo), engañó a 350.000 compatriotas con promesas de tierra y nación y los formó en la frontera de la provincia, dispuestos a avanzar. España, que no tenía en esos momentos la chilaba para farolillos, claudicaba sin barcos y sin honra...y los marroquíes eran devueltos a casa, sin rechistar. Fue la Marcha Verde, y Marruecos se quedaba con el territorio sin disparar un tiro.

La ONU dijo entonces y aún mantiene que aquello fue una chapuza, y decidió que debía celebrarse un referéndum para la autodeterminación de la provincia. Veintinueve años llevan esperando a que su majestad termine de mirar bien el censo, que es la excusa que pone para no celebrarlo. Trump, en una de sus estertóreas decisiones ha hecho el resto al reconocer la soberanía marroquí sobre el territorio.

Porque en ese territorio vivía alguien, los saharauis, que desde que huyeron de sus pueblos, más de dos generaciones después, malviven en campamentos en el desierto de Argelia. No querían ser españoles, pero tampoco marroquíes. Medio millón de personas sin expectativas reales de futuro. Con poca luz y menos agua, a expensas de la ayuda humanitaria.

Su líder, Brahim Gali, enfermo de Covid, decide tratarse en España. Y Mohamed VI monta el numerito (le encantaría que Gali muriera como un perro en Tinduf), y ofendidísimo manipula de nuevo a su gente y organiza una nueva marcha, esta vez sobre Ceuta, simplemente abriendo la frontera y silbando. Mucha menos gente, pero ahora no apunta a un desierto, apunta a España y a la Unión Europea.

No se preocupen: empresas españolas en Marruecos, unas 800; francesas, casi 1000. La crisis pasará, a cambio de nuevos beneficios para el monarca alauita, vía nuevos convenios, o directamente, con más dinero para vigilar requetebién sus fronteras.  

Unos beneficios que no llegarán a los saharauis. Ni siquiera les van a preguntar. Seguirán en los campamentos, expulsados de sus tierras. Los primos del norte, los marroquíes, seguirán igualmente aparentando en público que adoran a su rey, por si acaso, porque tampoco les preguntan.

Desde el inicio de los tiempos, la gente, la mayoría de la gente, es feliz con un medio de vida y la compañía de los suyos. No necesita muchos regidores, ni tanto guía espiritual. Pero no. Siempre hay quien, por unos medios u otros, se arrostra eso de la autoridad, los listos de la tribu. Hay mucho chiflado con ansias de poder. Y una vez se llega al poder, nuestros juicios se nos nublan. Y, a más poder, más nubes. La conjunción de mucho poder y poco juicio son las que llevan a no pocos gobernantes a tomar medidas que perjudican a la mayoría de la población, propios o vecinos. Mohamed V, el abuelo del actual monarca, llegó al poder invocando la independencia y los derechos del pueblo marroquí, que lo recibió como el liberador del yugo francés. Una vez sentado en el trono, se olvidó de la reforma agraria que había prometido y prohibió todos los partidos políticos, menos el oficial.  Su hijo Hassan y su nieto Mohamed no han hecho sino corregir y aumentar su poder absoluto.

En Chile van a redactar una nueva Constitución, se librarán por fin de la larga sombra de Pinochet. El método es novedoso: primero, preguntaron a la gente si quería una nueva; después, preguntaron por el método. La escribiría una Convención Constitucional de 155 personas, elegida por sufragio universal, hombres y mujeres a partes iguales, con una reserva de plazas para los pueblos indígenas. A estas fechas, estos pasos ya se han dado. La redactarán en nueve meses, por mayoría de 2/3 de los miembros y luego se someterá a referéndum. Como para ser redactor no se puede ostentar ningún cargo político, una parte significativa de los elegidos para la convención son independientes de todo partido. Ah, tampoco se puede estando en las Fuerzas Armadas...

No suena mal, ¿no? Mientras esperamos cómo evoluciona el experimento, ¿Que tal si sugerimos la idea a algún rey, de Marruecos o de donde sea?

 

Carlos Fernández Bañeres

Carta de Marruecos

 Carta de Marruecos

 

“¿Puede haber algo más ridículo que la pretensión de que un hombre tenga derecho a matarme porque habita al otro lado del agua y su príncipe tiene una querella con el mío, aunque yo no la tenga con él?”. Blaise Pascal, matemático y filósofo francés.

 

 

“El día 9 a las 8 empezó un tiroteo a mi tienda, sin que afortunadamente ocurriera nada a los que estábamos dentro, no así a los 5 que estaban fuera, que los pobres murieron a la 1ª descarga, pues era una emboscada a bocajarro que les costó la vida al cabo y 4 soldados entre ellos a mi pobre ordenanza.

Fue una agresión en toda regla pues nos atacaban a cuatro sitios: un grupo de enemigos se encargó de matar a los 5, otro tiraba a nuestra tienda y más que nada a la puerta para que no saliéramos, otro grupo se encargó de no dejar que nos subieran a proteger la posición y el último se las entendió con el Blokau que tiene aquí cerca la Policía Indígena y a los que mataron también un policía.

El tiroteo duró unos 3 cuartos de hora, en cuanto empezó nos tiramos a las aspilleras y dije que no se tirara un tiro si no se veía algo y así fue: en efecto nos tiraban a 10 o 15 metros y no podíamos ver ni a un solo enemigo, que estaba emboscado en un bosque que hay a nuestra espalda y por lo tanto desde mi tienda no se tiró ni un solo tiro.

(...) El enemigo huye al Monte Santo (...). Cojo el fusil y tiro 4 o 5 tiros con alza 4 (...). Hacemos una descarga a lo que nos contestan con tanto acierto que a mí me manchan con tierra de una bala que dio muy cerca de mí y 3 o 4 más que pasan silbando por encima de nuestras cabezas (...) los moros han desaparecido en el bosque del Monte Santo.

Los 5 infelices murieron sin dar un grito y todos heridos en la cabeza, corazón y pecho (...)

En la posición mataron al caballo del Capitán y a un soldado le agujeraron el sombrero estando apuntando en el parapeto. En mi próxima completaré todos los detalles.

Yo como siempre estoy bien y contento”.

Sgto. José María Bañeres. Posición de Adru (?), Marruecos, 22 abril 1922

 

 

Casi por casualidad, ha llegado ahora a mi poder un lote de cartas que mi abuelo escribió a sus hermanos en Barcelona (a donde la familia se había trasladado desde su Tamarite natal). Soldado voluntario desde 1918, ya como sargento se incorporó con su regimiento en agosto de 1921 al grueso de tropas españolas en el norte de Marruecos. Era la II Guerra de Marruecos, que duraba desde 1911.

Por la fecha, formaba parte del contingente que se preparó para recuperar el terreno perdido entre los meses de julio y agosto.

 

Porque fue en julio de hace cien años cuando sucedió el Desastre de Annual, uno de los episodios más tristes de nuestra Historia del siglo XX. (Des)compuesto por una oficialidad corrupta que traficaba con sus propios suministros y una tropa en alpargatas y mal pertrechada y alimentada que estaba allí porque no podía pagar por no estar,  el ejército español se afanaba en protagonizar su parte del guión en el lamentable reparto del pastel africano, intentando oficializar y asegurarse de por vida la explotación de sus recursos materiales. A nosotros nos tocó la también llamada Guerra del Rif, consecuencia de la rebelión de los habitantes del norte de Marruecos contra un reparto entre España y Francia que pretendían mantener sus posesiones allí en forma de protectorado. Fue el resultado de la Conferencia de Algeciras de 1906, en donde Reino Unido, Alemania, Francia y España firmaron las actas y otros nueve países europeos asintieron.

 

En la batalla de Annual murieron unos diez mil españoles, la mayoría brutalmente asesinados tras rendirse. El cuerpo del general Fernández Silvestre, responsable primero de una operación mal diseñada y peor ejecutada, nunca apareció. Esa guerra se ganó al final, pero dejó heridas profundas en la sociedad española, desprestigiando un poco más a la monarquía -que la había impulsado tras la pérdida de Cuba y Filipinas- y agravando una situación política y económica -32 gobiernos en 23 años- que propiciaría al poco la dictadura de Primo de Rivera. El país se acercaba al precipicio.

 

Desconozco si el sargento Bañeres participó directamente en la recuperación de Annual: Adru, Haddur, Haddour... son varios los topónimos que podrían coincidir con el remite de la carta transcrita arriba. Sí sé que estuvo en diferentes frentes y cruentas batallas,  la mayoría en la zona de Tetuán, hasta que en 1927, terminada la guerra en el 26, volvió definitivamente a la Península.

 

En 1941 falleció por tuberculosis, posiblemente latente desde sus seis duros años en África. Dejó viuda y cinco hijos: la mayor, mi madre, con doce años.

 

A una guerra se llega por incapacidad o falta de voluntad de llegar a otros acuerdos, por odio entre iguales o por desprecio hacia los inferiores, debidamente alentados ambos por fácticos poderes, incluso por capricho, un quítame allá esa bandera. Pero...¿alguien realmente calcula las consecuencias? Las reales, las irreparables, las que afectan a las personas, no a fronteras, estandartes o ricos yacimientos. ¿O, una vez calculadas, se invoca aquello tan peligroso de el fin justifica los medios? ¿Cualquier medio? ¿Todo fin? La frase, resumen de Napoleón tras leer a Maquiavelo, es quizás el mejor ejemplo de aporía:  enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional (RAE). Malditas contradicciones...

 

¡Qué desastre el de Annual, qué desastre la guerra, qué desastre todas las guerras!

 

 

 

Carlos Fernández Bañeres

Mayo, 2021

 

Publicado en Andalán.es el 09.05.2021

De cómo hemos llegado a esto

 De cómo hemos llegado a esto

 

“El patriotismo es un invento de las clases poderosas para que las clases inferiores se defiendan de los intereses de los poderosos”. Miguel Gila

 

En el principio, el ser humano corría tras los animales. Los más fuertes trataban de cazarlos, y los menos fuertes les esperaban recolectando hierbas y raíces. Cuando volvían con la caza, comían su carne, junto con las raíces, y luego se apretaban para descansar juntos. De tanto comer carne, empezaron a darse cuenta de más y más cosas. Así, descubrieron que algunos de aquellos animales, si los cazaban vivos, podían ser mantenidos junto a ellos sin mucho esfuerzo, y así no tener que salir a cazar todos los días; a la vez, también se percataron de que algunas de aquellas plantas que comían producían unas bolitas; esas bolitas (las llamaremos semillas) caían al suelo, y con el tiempo, salía otra planta igual. Entonces decidieron buscar un buen abrigo, guardar los animales y cultivar las plantas. Y también aprendieron a conservar los rayos que, de vez en cuando, caían del cielo. ¿El cielo? Cosa curiosa ésta. De ahí venían la mayoría de sus preocupaciones y sus alegrías. Necesitaban que cayera agua del cielo para que las semillas germinaran, pero de vez en cuando caía demasiada, o muy poca, y así no había manera. Necesitaban que se cubriera de nubes, -¡era entonces cuando caía agua!- pero también que brillara el sol, porque se sentían mejor y las plantas crecían más grandes.

Las tareas de la tribu se las repartían entre todos: cada vez había más que hacer -cuanto más se apretaban contra el frío, más individuos nacían...-, pero todo lo hacían en grupo: podían cuidar de más animales y cultivar más plantas. Y los que no podían hacer ni una cosa ni otra porque eran mayores, cuidaban de los pequeños y les contaban sus cosas.

Eran felices.

Pero había varios a los que, por lo que fuera, no les gustaba trabajar. Había uno al que le gustaba mirar a las estrellas, al cielo y a las nubes. También, sabía más que nadie de plantas. Era muy observador (a éste le llamaremos hechicero). Se percató de que los demás no entendían muy bien cómo funcionaba eso del cielo. Así que se le ocurrió que, si lograba convencerles de que era él y no otro quien podía controlar todo aquello, su futuro estaba asegurado sin tener que trabajar. Por si acaso las nubes no se abrían cuando hacía falta, decidió convencerles de que, en realidad, casi todo dependía de un ser invisible que habitaba por encima del cielo. Era difícil de contentar, pero él tenía línea directa, decía. Así que, a cambio de unos animales y de algunas plantas, él se encargaba gustosamente de negociar con el ser superior (a éste le llamaremos dios). A un amigo del anterior tampoco le gustaba trabajar, y además se aburría con aquello de las estrellas y las plantas, era muy bestia. Su única cualidad era que hablaba bien y con voz potente, y a los demás de la tribu les gustaba escucharle alrededor del fuego (le llamaremos rey). Tal era su verborrea y poder de convicción que su influencia en las masas iba en aumento, y otros poblados vecinos se sumaban a sus alocuciones. A cambio de más animales y más plantas, les garantizaba protección (?), ningún problema para él, ya sabemos que era muy bestia, a la vez que les convencía de que otros vecinos podían discrepar y no necesitar de su cuidado (con lo que el invento podría irse al garete).  

Al amigo, a hechicero, le empezó a gustar aquello. Al fin y al cabo, con muchas más tribus y más tierras, su amigo rey iba a tener muchos más animales y plantas (bueno, como tenía ya suficiente, aceptaba también enseres de los que la gente elaboraba en casa). Como no paraba de darle vueltas a la cabeza, se le ocurrió otra cosa. Consciente de la bruteza de su amigo, le convenció para que hiciera creer a los del pueblo que, si era rey, lo era porque dios así lo había querido, como lo del sol y el agua. Entonces, podrían aunar esfuerzos: al fin y al cabo, esos pobres no entienden casi nada, y sin embargo entre nosotros dos podemos conseguir más tribus y más tierras, lo que significa más animales, más plantas y más manufacturas: tú te ocupas del día a día, y yo te doy la cobertura sobrenatural (feedback llamaremos a esto). A rey le pareció una excelente idea. Además se les ocurrió que, en caso de morir, el siguiente rey y el siguiente hechicero fueran de sus mismas proles, tocados de la mano de dios como estaban. Enseguida comprobaron que la cosa funcionaba perfectamente. Bueno, siempre había alguno que ponía mala cara: decía que él trabajaba y los otros no, y que no le parecía bien, porque todos comían igual, que no necesitaba protección, y bla bla bla. No problem, dijeron rey y hechicero. Diremos que no cree en dios y que es tonto. Nadie le seguirá, todos quieren que dios exista, para que llueva.

Y así, la sociedad de los dos amigos fue creciendo.  

Alguno de los que no estaba de acuerdo, decidió abandonar el reino, harto de lo que veía. No le gustaba trabajar para otros, pensaba que se podía proteger solo y lo del ser por encima del cielo cada vez lo veía menos claro, incluso sin nubes. Así que se marchó. Volvió al cabo del tiempo. Y contaba cosas preocupantes. Resulta que, muy lejos, había más hechiceros, más reyes y más reinos -¡vaya, la idea tampoco había sido tan original!-, y parecía como si también pugnaran con ensanchar sus territorios, tanto, que igual ponían en peligro el propio.

Hechicero y rey se juntaron a pensar, -bueno, uno más que otro-. Y hechicero, como casi siempre, tuvo una buena idea. Les diremos que el dios del que emana el poder de los otros reyes es muy malo, está equivocado el pobre, y sólo quiere acabar con el nuestro, y por ende, con nuestro rey, tomar nuestras tierras y exterminarnos. No hay más que ver los extraños ritos en aquellos otros dominios, y las extrañas lenguas y aspectos de sus gentes. Son raros, y malos. Sobre todo, muy malos.

Ah, pero los malos también decían lo mismo de éstos. Y así, hecha la ley hecha la trampa, cada vez había más reyes y más dioses. Bueno, habrá que hacer algo, se dijeron todos ellos. Lo primero, establecer límites claros de cada uno de los dominios, que todo el mundo sea consciente de a qué reino pertenece y cuál es su dios. Si podemos, estableceremos tratados y alianzas con los otros reinos; si no podemos, fijaremos bien nuestros territorios y los defenderemos si nos atacan. Además, es muy importante que todos piensen aquí que su rey es el  mejor y su dios el más bueno. Para todo ello, es imprescindible que todos crean que ser de este reino y creer en este dios es lo mejor que les podía pasar, y que los otros están equivocados con su dios y con su rey, pobres. Diseñaremos enseñas propias, (las llamaremos banderas), y marcaremos bien las fronteras (a esto le llamaremos país). Si conseguimos que nuestros súbditos confíen ciegamente en su dios, su rey y su país (un pack, en una palabra), tenemos de nuevo el futuro asegurado, aunque haya más reinos y más dioses: aún hay Tierra para todos. Necesitaremos, eso sí, gente para hablarles del dios verdadero (a esto le llamaremos religión). Y necesitaremos, mucha más para ayudar a rey a defender las fronteras (esto serán los ejércitos).  Por si acaso hay muchos que desean viajar y conocer algún otro país que les vaya a gustar más, no le dejaremos salir a menos que lleve un papel que sólo nosotros podemos darle (pasaporte en adelante). Y no dejaremos de intentar convencerles de cuál es el mejor rey y el dios más bueno. Si hay guerra, como vamos a vencer, todos saldremos ganando –bueno, menos los que mueran, claro-. Y si no hay guerra, inventaremos competiciones incruentas, donde a la gente le guste mostrar y defender sus estandartes de país ante los estandartes de los demás (fútbol a partir de ahora). Todo para que, por la gracia de su dios, el único, amen a su país, el mejor, y así tú y yo podamos seguir tan ricamente, valga la palabra.

Y cada vez hay más hechiceros y más reyes, más países, más ejércitos y más religiones, y más gente infeliz que, en lugar de cuidar animales y cultivar la tierra, intenta olvidar sus problemas viendo fútbol. Y “Sálvame”.

Y en eso estamos.

 

Carlos Fernández Bañeres

 

Publicado en Andalán.es el 02.04.21

 

 

 

 

 

 

Las colas de las vergüenzas

 LAS COLAS DE LAS VERGÜENZAS

 

 

Cuantas más cosas avergüencen a un hombre, más respetable es”. Bernard Shaw

 

“Sólo los imbéciles no se contradicen tres veces al día” . Friedrich Nietzsche

 

 

Más de una vez, he discutido con mi mujer sobre si estas donaciones de tiempo que hacemos (ella también), al cubrir servicios esenciales a los que las administraciones no llegan, son convenientes. ¿No sería mejor dejar que los acontecimientos se precipitasen y los políticos, cercados por la opinión pública, se vieran obligados a ocuparse de todas las tareas que hacen los voluntarios en trabajos sociales? El Estado cuenta con más medios, instalaciones y técnicos, y se crearían nuevos puestos de trabajo. La denuncia pública, el ruido mediático, a veces funciona... Pero..., ¿mientras? Mientras, hay hambre, y no digo hambre de no tener para merendar, digo hambre de no tener para comer. Entonces, alimentando alguna contradicción, un domingo sí y otro no, colaboro con el comedor social de la parroquia. La parroquia...¿Otra contradicción a alimentar? Creo sinceramente que la mayoría de los miembros de la Iglesia, de las iglesias, son buena gente, que piensa en los demás y que, simplemente, prefieren no pensar si esa organización podría hacer las cosas de otra manera...como por ejemplo, pagando impuestos por las propiedades que tienen, como todos sus feligreses. O sí lo piensan, y hacen como yo, y vuelta a la contradicción.

Se trata del comedor que más raciones sirve al día en Zaragoza. Antes de la pandemia, entre 160 y 180 comidas al día. Ahora, no menos de 240. Todos los días del año. Dos platos, postre, pan, fruta y agua, caldo en invierno. Todo cocinado en el día. Hasta marzo del 2020, todos comían en el comedor; ahora, por las restricciones de aforo, sólo los que no tienen domicilio, unos 15. A los demás, se les reparte en la puerta en bolsas y contenedores de plástico. Cuando el segundo plato consiste en carne de cerdo, se prepara una alternativa para los que no pueden comerla.

El acceso no es libre ni descontrolado. Todo el que quiere comer debe pasar por una entrevista con María, la encantadora trabajadora social y recibe un carnet válido para veinte días, renovable, que debe mostrar al recoger la bolsa.

Ramón, el párroco, es un tipo orondo y bonachón, que está al tanto de todo y de todos. Pero organizar el menú diario depende de una buena planificación semanal, con varias personas que se reúnen regularmente para ello. Hay días en que se improvisa, sobre todo cuando hay que consumir algo que ha llegado sin esperarlo, en gran cantidad o cerca de la caducidad.

Casi todo, conservas, verdura, carne y fruta vienen, del Banco de Alimentos. También de excedentes de empresas y productores, como el pan. Sólo algunas veces, el pescado es adquirido por la parroquia. Que también paga los dos cocineros que se tuvieron que contratar ahora hace un año. Hasta entonces, éramos un equipo de 9-10 personas por día, 8 equipos en total, que hacíamos todo, preparar, cocinar, servir y fregar. Pero hubo desbandada casi general de voluntarios, (la mayoría somos gente mayor, las patologías, el miedo...) y nos quedamos unos pocos, que ahora hacemos de pinches de los profesionales, y fregar. En el preparado, embolsado y reparto, en la limpieza y en organizar el comedor colaboran un equipo de cinco usuarios, que reciben a cambio el beneficio de comer antes y la gratitud de la parroquia. Conocen y tratan a los comensales de “especial” atención. Como colegas del resto, saben bien cómo actuar en situaciones particulares, y son respetados por ello. También, de tanto en cuanto, aparece algún adolescente que, gentilmente acompañado por un policía, viene a cumplir con su deuda con la justicia.

Y los “usuarios”, socorrido eufemismo. Están Lucky, el nigeriano grande y simpático con el que me comunico en inglés; María, “de toda la vida”, que nos cuenta cómo va lo del resfriado del nieto; el señor de traje raído y corbata antigua, muy educado y siempre agradecido;  Abdul, que hace uso de su particular bula cuando las sardinas de alternativa no le apetecen, el temporero que viene de “la naranja” y va a “la fresa” y, en fin, está el que siempre protesta y se queja de todo...como en la vida misma, los mismos estereotipos, las mismas personas que nos podemos encontrar en cualquier otra fila.

Y también está Josefa, mi vecina de escalera durante muchos años, en los que fielmente atendió en las labores del hogar a Don Antonio, sacerdote. El hombre falleció, la mujer se quedó sin ingresos y sin techo. Nos vemos todos los días, ella evita mi mirada, yo la complazco y no busco la suya. Y es que la mayoría no nos miran a la cara. Da más vergüenza ser pobre que ser rico, aunque la vergüenza, como el orgullo, sólo nos lo deberían producir aquello que elegimos libremente. No tiene mérito que te toque la lotería. Y, en cualquier caso, ¿no deberían pasar más vergüenza quien, debiendo por ley poner los medios, ceden su obligación a terceros, que basan su labor en el voluntarismo y la limosna?

 

Dice Saramago: “Para quien pasa hambre la realidad no es huidiza, es algo que está allí. Se puede filosofar mucho acerca de la realidad, de si lo que vemos es lo que es y todo eso, pero hay que reflexionar sobre los hechos que tienen que ver con la situación del mundo”.

 

 

 

C. , del voluntariado de la Obra Social EL CARMEN.

 

Publicado en Andalán.es el 22.03.21

 

 

 



miércoles, 25 de marzo de 2020

Ni patria ni rey ni hostias


En el principio, el ser humano corría detrás de los animales. Los más fuertes trataban de cazarlos y los menos fuertes les esperaban recogiendo hierbas y raíces. Cuando volvían con la caza, comían su carne, junto con las raíces, y luego se apretaban para descansar juntos. Un día les cayó un rayo. Destrozó casi todos sus enseres, pero también comprobaron que la carne de la caza en donde había caído era mucho más fácil de comer. De tanto comer carne, empezaron a darse cuenta de más y más cosas. Así, descubrieron que algunos de aquellos animales, si los cazaban vivos, podían ser mantenidos junto a ellos sin mucho esfuerzo; a la vez, también se percataron de que algunas de aquellas plantas que comían producían unas bolitas. Esas bolitas caían al suelo y, con el tiempo, salía otra planta igual. Entonces decidieron buscar un buen abrigo, guardar los animales y cultivar las plantas. Y también aprendieron a conservar los rayos que, de vez en cuando, seguían cayendo del cielo. ¿El cielo? Cosa curiosa ésta. De ahí venían la mayoría de sus preocupaciones y alguna de sus alegrías. Necesitaban que cayera agua del cielo para que las bolitas germinaran, pero de vez en cuando caía demasiada, o muy poca, y así no había manera. Necesitaban que se cubriera de nubes -¡era entonces cuando caía agua!- pero también que brillara el sol, porque se sentían mejor, y las bolitas daban plantas más grandes.
Las tareas de la tribu se las repartían entre todos: cada vez eran más, -cuanto más se apretaban contra el frío, más individuos nacían-, y había más tareas. Todo lo hacían en grupo: podían cuidar de más animales y cultivar más plantas. Y los que no podían hacer ni una cosa ni otra porque eran mayores, cuidaban de los pequeños. Y todo funcionaba bien, y la gente era feliz. Pero había varios que, por lo que fuera, no les gustaba trabajar. Había uno al que le gustaba mirar a las estrellas y a las nubes. También, sabía más que nadie de plantas. Era muy observador. A éste le llamaremos “hechicero”. Se percató de que los demás no entendían muy bien cómo funcionaba aquello del cielo. Así que se le ocurrió que, si lograba convencerles de que era él y no otro quien podía controlar aquello, su futuro estaba asegurado sin tener que trabajar. Por si acaso los cielos no se abrían cuando a él le interesaba, decidió convencerles de que, en realidad, casi todo dependía de un ser invisible que habitaba por encima del cielo. Era difícil de contentar, pero él tenía línea directa, decía. Así que, a cambio de unos animales y de algunas plantas, él se encargaba gustosamente de negociar con el ser superior. A éste le llamaremos “dios”. A otro, amigo del anterior, tampoco le gustaba trabajar, y además se aburría con aquello de las plantas, era muy bestia. Su única cualidad era que hablaba bien y con potente voz, y a los demás de la tribu les gustaba escucharle alrededor del fuego. Le llamaremos “rey”. Aumentó su influencia sobre la tribu, y les convenció de aunar más tierras y poblados vecinos, cuantos más seamos, mejor para todos... A cambio de más animales y más plantas,  les garantizaba protección en caso de que los vecinos no quisieran pertenecer al mismo dominio. Ningún problema para él, era muy bestia y tenía varios amigos tan bestias como él y a los que tampoco les gustaba trabajar.
Al amigo, al hechicero, le gustó aquello. Al fin y al cabo, con muchas más tribus y más tierras, su amigo rey iba a tener muchos más animales y plantas (bueno, como tenía ya suficiente, aceptaba también enseres de los que la gente elaboraba en casa) y a él le seguían manteniendo con lo del dios y las plantas y eso. Así que se le ocurrió otra idea, por el bien de todos. Consciente de la bruteza de su amigo, le convenció para que hiciera creer a los del pueblo que, si era rey, lo era porque dios así lo había querido, como lo del sol y el agua. Él le ayudaría con la campaña. Entonces, podrían aunar esfuerzos: al fin y al cabo, esos pobres no entienden casi nada, y sin embargo entre nosotros dos podemos conseguir más tribus y más tierras, lo que significa más animales, más plantas y más manufacturas: tú te ocupas de protegerles y yo te doy la cobertura sobrenatural. A rey le pareció una excelente idea. Además se les ocurrió que, en caso de morir, para conservar a su pueblo unido, el siguiente rey y el siguiente hechicero fueran de sus mismas proles. Enseguida comprobaron que la cosa funcionaba perfectamente. Bueno, siempre había alguno que ponía mala cara: decía que él trabajaba, y los otros no, y que no le parecía bien, porque todos comían igual, y blá blá blá. No problem, dijeron rey y hechicero. Como siga protestando, le quitaremos la protección y diremos que no cree en dios. Nadie le seguirá, todos quieren que dios exista, para que llueva. Y si insiste, hasta podemos encerrarlo, está loco.
Y así, la sociedad de los dos amigos fue creciendo. Sus dominios eran cada vez más extensos. Tanto que era difícil protegerlos a todos por igual, pero no era grave, tenían suficiente para los dos.
Alguno de los que no estaba de acuerdo, decidió abandonar el reino, harto de lo que veía. No le gustaba trabajar para otros, pensaba que se podía proteger sólo y lo del ser por encima del cielo cada vez lo veía menos claro, incluso sin nubes. Así que se marchó. Volvió al cabo del tiempo. Y contaba cosas preocupantes. Resulta que, muy lejos, había más hechiceros, más reyes y más reinos -¡vaya, la idea tampoco había sido tan original!-, y parecía como si pugnaran con ensanchar sus territorios, tanto, que igual ponían en peligro el propio.
Hechicero y rey se juntaron a pensar, -bueno, uno más que otro-. Y hechicero, como casi siempre, tuvo una buena idea. Les diremos que el dios del que emanaba el poder de los otros reyes era muy malo, estaba confundido el pobre y sólo quería acabar con el nuestro y, por ende, con nuestro rey, tomar nuestros dominios y exterminarnos. No había más que ver los extraños ritos de aquellos otros dominios y las extrañas lenguas y aspectos de sus gentes. Son raros, diferentes, y malos. Sobre todo, muy malos.
Ah, pero los malos también decían lo mismo de estos. Y así, hecha la ley hecha la trampa, cada vez había más reyes y más dioses. Bueno, habrá que hacer algo, se dijeron todos ellos. Lo primero, establecer límites claros de cada uno de los dominios, que todo el mundo sea consciente de a qué reino pertenece y cuál es su dios. Si podemos, estableceremos tratados y alianzas con los otros reinos; si no podemos, fijaremos bien nuestros territorios y los defenderemos si nos atacan. Además, es importante que todos piensen aquí que su rey es el  mejor y su dios el más bueno. Para todo ello, es necesario que todos crean que ser de este reino y con este dios es lo mejor que les podía pasar, y que los otros están equivocados, con su dios y con su rey. Diseñaremos enseñas propias, las llamaremos banderas, y marcaremos bien las fronteras. A esto le llamaremos país. Si conseguimos que nuestros súbditos confíen ciegamente en su país y en su bandera, tenemos de nuevo el futuro asegurado, aunque haya más reinos y más dioses: aún hay tierra para todos. Necesitaremos, eso sí, más gente para colaborar en la defensa de las fronteras. A esto lo llamaremos ejércitos. Y necesitaremos más gente para hablarles del dios verdadero. A esto lo llamaremos religión. Por si acaso algún otro desea viajar y conocer algún otro país o rey o hechicero que le vaya a gustar más, no le dejaremos salir a menos que lleve un papel que sólo nosotros podemos darle. A esto le llamaremos pasaporte. Y no dejaremos de intentar convencerles de cuál es el mejor rey y el dios más bueno. Si hay guerra, como vamos a vencer, todos saldremos ganando –bueno, menos los que mueran, claro-. Y si no hay guerra, inventaremos competiciones incruentas, donde a la gente le guste mostrar y defender sus estandartes de país ante los estandartes de los demás. A esto le llamaremos fútbol. Todo para que todo el mundo sienta que su país es el mejor, y así tú y yo podamos seguir igual, igual de bien. 

Y en eso estamos.

Abril, 2013

miércoles, 1 de enero de 2020

De pandemias y otras plagas


Efectivamente, parece que el gobierno tenía alguna noticia de los riesgos de permitir concentraciones multitudinarias el 8 de marzo. Y no las prohibió. Antes de buscar una explicación, recopilemos algunos datos.
Además de la manifestación feminista de Madrid, hubo otras con la misma convocatoria en (casi) todas las capitales de provincia y/o ciudades importantes. Sondeando la prensa de los días posteriores, y tomando como referencia los 120.000-170.000 de Madrid y las noticias de los correspondientes medios locales, tirando por lo bajo, se puede decir que unas 300.000 personar acudieron en toda España (Barcelona, 50.000, Sevilla, 20.000, Málaga o Zaragoza, 10.000…).
Pero también hubo más manifestaciones, por otros motivos. En concreto, 77. Seamos modestos y sumemos unas 10.000  personas.
Fútbol, concentración multitudinaria. Según La Liga, en la temporada 18/19, la asistencia media por estadio, sólo en 1ª División, fue de 26.315 personas. Por 10 partidos en aquella jornada, unos 260.000 aficionados vieron a su equipo en directo aquel día. Debemos sumar la 2ªA, la 2ªB, la 3ª, las regionales, los juveniles, todas las competiciones femeninas correspondientes, los aficionados, las competiciones escolares y federadas…No vamos a contar los desplazamientos masivos de aficionados de España a Reino Unido o de Italia a España con motivo de las competiciones europeas de futbol. Vamos a sumar solamente hasta 350.000 espectadores en esos cientos de encuentros.
La misa, concentración multitudinaria. Las estadísticas oficiales dicen que, en el año 2019,  6,5 millones de españoles asistieron a misa regularmente. ¿Dejamos a la mitad en casa?, Vale, hacía frio, y tendremos que, ese día, no menos de 3 millones de personas se reuniones en sus respectivas iglesias.
En total, -somos muy modestos- sin contar TODOS los otros deportes, TODAS las otras fes, cines, teatros y espectáculos en general, celebraciones particulares, reuniones de amigos…, no menos de 4 millones salieron de casa para reunirse, por algún motivo, con más gente, en actos multitudinarios y casi siempre en locales cerrados. Y hay que añadir todas las personas que salieron porque sí, a pasear, porque es domingo, al vermut, al parque, a las tapas… Sin mascarilla, claro, el gobierno no había decretado el Estado de Alarma (y la OMS decía entonces que no eran necesarias…).
Bien. Un dato más. España es el país del mundo con la ratio más alta de bares por habitante, en concreto, uno por cada 175, datos de 2017. De las cinco ciudades con más bares por habitante en el mundo,  cuatro son Londres, Nueva york, Madrid y Barcelona. Cuanto más al norte, menos bares; en Asia no existen, en África… En pura lógica, pensemos que la mitad de los españoles que salieron aquel día 8 por un motivo particular –manifestaciones, actos deportivos, misas, etc.- y muchos de los millones que salieron por motivos habituales, al rato, fueron a un bar, a celebrarlo, o porque sí, todos juntos. ¿2 millones, 3? 
LA OMS declaró el estado de pandemia el 11 de marzo. España declaró el estado de alarma el 14.
Ahora, los capitanes a posteriori, sin distinción de edad, sexo ni condición, culpan al gobierno por no haber tomado medidas “antes”. ¿Antes? ¿Cuándo? ¿Antes de la declaración de la OMS, el día 11, el día 8? ¿O antes aún? Un estado de alarma hay que decidirlo, justificarlo, organizarlo y comunicarlo. Con argumentos. No se inmoviliza a millones de personas en unas horas. ¿Con qué argumentos se puede decretar un estado de alarma por una pandemia no declarada oficialmente? ¿Nos podemos imaginar la respuesta de varios partidos políticos, de la Iglesia Católica, de los clubes de futbol y de todos los palmeros correspondientes si se suspenden TODOS los actos públicos del fin de semana del 7-8 de marzo? También, se le culpa de no disponer del material necesario para combatir una pandemia. Como casi nadie, salvo países muy ricos -, productores de ese mismo material o países vecinos de China, donde saben de virus…, y con pocos bares. Los capitanes a posteriori buscan de rastrear los países del mundo que declararon medidas especiales antes de la declaración de la OMS. Sólo uno: Italia, el día 9 de marzo. Después del 11 lo hicieron Noruega, el 12, Dinamarca, el 13 y España, el 14. El cuarto país del mundo en declarar el confinamiento (China aparte).
¿Improvisación? Claro, es lo que sigue a una situación imprevista. No hay pandemias todos los años. No confundamos explicar con justificar, error habitual. No intento justificar los fallos del gobierno; intento explicar la, supuesta, acción o inacción del mismo, en función de nuestra forma de ser y de las circunstancias, importantes siempre. Somos un país, y una cultura, de improvisadores. Y de pícaros, aquí se inventó el término: sujeto de dudosa moral que apela a su astucia para obtener ciertos beneficios. Dictada la norma, pronto muchos empezamos a pensar en la manera de quebrantarla. Ahora sí, después de improvisar y de intentar saltarnos la norma, también somos muy buenos en ser fatalistas, interpretando como nadie datos científicos y opiniones contrastadas. Y luego lo de los datos. ¿De qué sirve comparar  cifras, si no hay uniformidad de criterios para su recopilación, no ya entre regiones en España, tampoco entre países? Y lo de los bulos. Lo siento, me fío más de un estudiante de 2º de Medicina que de un montón de opinadores, políticos y tertulianos en general, todos vendiendo noticias y comentarios, share le llaman.
Mal llevo el alto número de fallecidos, peor el dolor de sus familiares. Pero lo que peor llevo, con diferencia, es el oportunismo político, alimentado de la paranoia, cuando no histeria, vestido sin pudor de la mentira y las medias verdades. Eso sí me deprime.
Si nos pudiera servir todo esto para poder empezar a mostrar más cordura, más empatía, más raciocinio, más solidaridad y menos cainismo, menos hipocresía, menos cinismo…
Españolito que vienes.

Abril, 2020


martes, 1 de enero de 2019

 Muchos años después

 

 

 

La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.

Gabriel García Márquez.

 

 

 

 

Muchos años después, frente al funcionario de la cárcel de Guadalajara que le entregaba copia del auto de excarcelación, en septiembre de 1950, el ex-sargento 1º Lucidio Fernández Rodríguez había de recordar aquellos trágicos minutos que cambiarían su vida para siempre.

 

***

 

Era domingo. La misa en San Fernando había terminado hacía un rato, y los residentes en el Cuartel de Torrero dudaban entre esperar a la hora de comer o pasear por el patio bajo un reconfortante sol de febrero en Zaragoza, no exento del siempre desagradable viento. Una seria preocupación corroía las entrañas del sargento. Había buscado con la mirada al capitán cajero, y le siguió cuando este se encaminó hacia el pabellón. Era su última oportunidad, y sabía lo que se jugaba, desde una buena reprimenda hasta poder terminar arrestado en el cuarto de banderas. Él, que tenía una hoja de servicios intachable, y dos medallas. Pero siempre había sido un hombre recto, y había cosas con las que nunca iba a transigir.

— ¿No vas a saludar, “Luci”?—, dijo el brigada Jesús Del Puente Lanasa, pronunciando la última palabra con clara intención de sorna, como con musiquita y forzando voz de pito, al cruzarse con él en la puerta del Pabellón de Mando. Provenientes ambos de las clases de tropa, sus rangos, a los que se accedía por antigüedad y confianza, eran muy parecidos, como las funciones inherentes a los mismos, casi siempre administrativos, y el saludo militar entre ellos era un asunto más reglamentario o protocolario que diferenciador, no como el que debe un soldado a un oficial, ineludible en toda situación. Así que se tenían por colegas, y compartían periódicamente espacios tanto en la Plana Mayor como en el escuadrón. También, se veían habitualmente en el pabellón de los pisos, ala de suboficiales, donde ambos vivían con sus respectivas familias.

 “Luci”. Sólo Guadalupe le llamaba así, sólo cuando estaban en casa, al otro lado del patio, se utilizaba el apelativo. ¿Cómo podía Del Puente saber eso y, sobre todo, cómo se atrevía a soltárselo a la cara? El sargento siguió su camino sin saludar ni pronunciar palabra, pero las uñas empezaban a clavarse en las palmas de sus manos, puños muy cerrados, uno de sus típicos gestos de ira. Cuando les separaban no más de cuatro o cinco pasos, el brigada se detuvo en seco, se giró, y ahora sí, con voz marcial, gritó:

— ¡Sargento 1º, le he dicho que salude!

 

***

 

—Padre…

—Dime, Lucidio.

— ¿De aquello que hablamos, recuerda usted…?

— (…) Ah!, lo del Ejército… ¿Lo has pensado bien?—, contestó Julio, para darse él mismo tiempo a pensar una respuesta. Ponciano, el otro hijo, un año mayor que Lucidio, hacía tiempo que ayudaba en el campo, como Lucidio, pero la tierra, buena pero escasa, no daba para mucho más. A Mercedes, la madre, tampoco le parecía mal…un hijo militar…otros muchos se iban, y volvían para los permisos con una vida hecha y una paga segura…y Julio y ella eran jóvenes, más hijos vendrían…

—Sí, padre. Quiero ir de voluntario, y luego, si no me va mal, me puedo ir reenganchando, hacer la carrera militar, el primo ya es sargento, y aquí…ya ve usted… cumplo dieciocho la semana que viene…

Lucidio era un chico de poca estatura, pero despierto y vivaraz, le gustaba el pueblo y las labores del campo, la tierra y los animales, en especial las caballerizas. El maestro estuvo siempre muy contento con él, le decía a sus padres que al zagal le gustaban los números, que era diestro con la plumilla…, pero que pronto terminaría su tiempo en la escuela del pueblo, y que veía en el chico que podía aspirar a algo más. Pero no allí, en el pueblo, allí no había nada más. La alternativa era probar a seguir estudios en la capital, -el haría las gestiones-, o… pensar en otra cosa. ¿La capital? Bien sabían Julio y Mercedes que eso era algo inalcanzable para su economía. ¿De cura, al Seminario? No, no era familia de curas ni monjas… ¿Por qué no el Ejército?

—Sea, dijo Julio—, y los ojillos de Lucidio brillaron de alegría con una media sonrisa. —Mañana vamos al Secretario y que te haga los papeles. Nunca olvides ser un hombre de bien. Tienes nuestra bendición.

 

***

 

— ¡Sargento 1º, le he dicho que salude!

El sargento 1º Fernández también se detuvo. Imperceptiblemente para el brigada, se llevó la mano a la pistolera, movió dos dedos dentro de ella y respiró hondo. Se giró lentamente, sus ojos se tornaron diminutos, apretó los labios y su ceja izquierda se levantó ostensiblemente, a la vez que arrugaba el lado izquierdo de su cara sobre el ojo derecho.

—¡Mecagüen crista jodida…!,  murmuró.

 

***

 

Su primer destino, a la sazón el único de su carrera militar, fue Zaragoza. Y Caballería, lo cual le congratuló especialmente. Sería en el Regimiento Lanceros del Rey, 4º escuadrón, un regimiento con larga historia, con orígenes en el siglo XVI y fundado como tal en 1763. Tras diversos emplazamientos, había acabado instalado en los arrabales del sur de Zaragoza, en las playas de Torrero, donde permanecía desde 1896. Y allí ingresó, como soldado voluntario, en abril de 1915, justo al día siguiente de cumplir los 18 años. De la milicia, le gustaba sobre todo el orden y concierto que presidían todos los procedimientos. Un año  después ascendió a cabo; firmará el primer reenganche, hará carrera en las armas, y en el 18, coincidiendo con su segundo reenganche, ya era sargento. Los siguientes años son los propios de un suboficial de guarnición, con maniobras, prácticas…, la vida de un cuartel, mientras se ganaba paulatinamente la confianza de superiores y compañeros. Era un hombre de fiar, educado y cabal, cumplidor de buena gana con las órdenes y recto en su proceder, su padre estaba orgulloso de él. Le preocupaba la alta tasa de analfabetos que encontraba entre la tropa a su mando, y ahí iba a encontrar más tarde una oportunidad de desarrollar su gusto por la buena caligrafía y las cuentas bien hechas, pues compaginaría sus funciones administrativas con las clases para los reclutas. Le parecía que se lo debía a su maestro del pueblo, que tanto cariño le había demostrado cuando era niño, allá en Aguilar de Campos.

 

***

 

— ¡Qué guapa estás, Lupe!

— ¡Quita, zalamero…! ¿Qué, de paseo otra vez?

—Claro, guapa, vengo a contemplar todas las flores que salen los domingos.

—Ya…estírate el uniforme, que vienen mis amigas. Y estírate tú también…

—Y de lo otro… ¿Qué? ¿Has hablado con la señora Delfina?

—No…pero tonta no es. De todas formas, ya sabes, por la mañana a las 12, todos los domingos bajamos al Portillo…

—Está bien. Allí estaré la semana que viene.

—Muy bien. Pues allí nos vemos. Adiós.

—Adiós, guapa. Quiero que esos ojos sólo me miren a mí, para siempre…

—Lo dicho, un zalamero…

—(…)

—Uy, Guadalupe, ¿otra vez el sargentito? ¿No crees que te mereces a alguien con más porte?

— ¡Envidiosas, que sois unas envidiosas! ¡Ya quisierais…!

 

***

 

Al brigada Del Puente aquel sargento 1º le estaba importunando últimamente.  A su lado, siempre sería un recién llegado, mientras que él llevaba toda la vida en el Regimiento, con él llegó en el 88, y, no lejana su jubilación, había alcanzado el empleo de brigada, que le permitiría una vida más tranquila…y quizás más desahogada, aparte del aumento de la paga... Fernández ocupaba un puesto de escribiente de la Oficina de Mando, en concreto secretario de la oficina del Coronel, un “regalo” de su capitán –de Valladolid, como él- con motivo de su matrimonio hacía ya 10 años. Y, al lado del Coronel, se ganó la vocalía del Regimiento ante  la Junta Regional de Víveres, dos años más tarde, donde seguía mostrando su celo con las cuentas del escuadrón y del Regimiento. La Junta Regional de Víveres era un organismo que había sido creado en 1809 por José Bonaparte, Pepe Botella, para “coordinar” el abastecimiento que las tropas francesas necesitaron en su paso por España durante su reinado. Se encargaban de recabar alimentos y suministros de ayuntamientos y particulares, por las buenas o por las malas, a precio justo o sin él. Luego, con el tiempo, las Juntas se mantuvieron cuando los sucesivos ministros de la Guerra comprobaron que la estructura ya creada mejoraba la eficacia a la hora de centralizar las compras para los diferentes acuartelamientos de cada plaza. Y allí acudía el sargento 1º Fernández, al Gobierno Militar, una vez por semana, donde poco a poco, sus dudas sobre el correcto reparto a cada escuadrón dentro del Regimiento iban creciendo. Del Puente, por su parte y desde su ascenso, se ocupaba de la ayudantía del capitán cajero del Regimiento, el oficial que se encargaba de supervisar los pagos de cada escuadrón tras receptar los suministros de la Junta de Víveres.

 

***

— ¿Jesús…?

— ¿Qué quieres, Lucidio?

—Que si has mirado lo que te dije de las cuentas que firma tu capitán…

—Fernández, déjame en paz. Esos de la Junta de Víveres son unos tiquismiquis, está todo bien.

—Ya, pero es que a mí tampoco me cuadran. Mañana tengo que pasarle la firma al Coronel…

—Pues se la pasas, y punto, que no te va a fusilar. Todo está visado y revisado por mi capitán. Y tú no deberías meterte, no es tu función.

El sargento 1º Fernández respiró profundamente, ojos pequeñitos, ceja arriba, mientras el brigada le daba la espalda y se alejaba.

 

***

 

— ¡Sargento 1º, le he dicho que salude! ¡Esto es una insubordinación! ¡Venga usted al Cuerpo de Guardia!

Del Puente intentó arrastrar a Fernández por la fuerza hasta el Cuerpo de Guardia, pero no lo consiguió. Forcejearon, y el sargento echó mano de su Star 1932. El brigada, sorprendido, dio un paso atrás, decidido a pedir la ayuda del oficial de guardia. Pero un brigada con tantos años de servicio no podía demostrar falta de autoridad, y menos si le iba al oficial con el cuento de que un sargento 1º no le había saludado. No le haría caso, si no se le reía en la cara. Así que se giró de nuevo sobre sí mismo en dirección a Fernández, mientras ponía la mano en el bolsillo de su pelliza tanteando su propia arma reglamentaria, intentando que con ese gesto el sargento depusiera su actitud. Pero era tarde. Lucidio, cegado por la ira, apretó el gatillo, una primera ráfaga sonó. Dos disparos cruzaron el pecho del brigada, que abrió los ojos desmesuradamente. Mientras se derrumbaba, otra ráfaga le entró por la zona lumbar, y aun recibiría dos tiros más una vez en  el suelo, cuando, inútilmente, intentaba salvar su vida cubriéndose con los brazos.

— ¡No me tire más, que ya me has matado!

En el cercano cuerpo de guardia, el cabo de puerta estaba paralizado por la escena, mientras el teniente, que había oído las detonaciones desde el interior, había dejado su despacho y se acercaba con cautela, tragando saliva y pistola en mano, al tiempo que gritaba, entrecortadamente:

—¡Sargento…, tire el arma, sargento!

El sargento 1º Fernández, de pie, inmóvil, ojos pequeñitos, ceja levantada y respiración  entrecortada, miraba fijamente los borbotones de sangre que manaban del pecho de su compañero. Dejó caer la pistola, relajó el gesto, la mano le temblaba. Miró al oficial de guardia, volvió a mirar el cuerpo del brigada, puso los ojos como platos…y rompió a llorar.

 

***

 

—Y, ¿viviríamos en el cuartel?

—Pues claro, en cuanto nos casemos nos cederán un piso allí. Aunque, no sé, no sé…

— ¿Qué es lo que no sabes?

—Pues no sé…tú viviendo allí, tan guapa, con esos ojos, y tantos hombres a tu alrededor, todos los días…

— ¡Calla, qué tonto eres!

 

***

 

Tomó el documento, sacó una billetera atada con gomas del bolsillo interior de su chaqueta y lo guardo allí, después de doblarlo con cuidado. Miró al funcionario, esbozó un saludo, se dio la vuelta, levantó una vieja maleta y cruzó la puerta que otro funcionario le franqueaba. Respiró profundamente. Según caminaba hacia la estación, volvió a recordar todo lo que le había llevado hasta allí. Su excesiva minuciosidad con las cuentas, sus celos injustificados, sus ataques de ira…El brigada Del Puente… sus ojos se empequeñecieron otra vez… pero la visión de su viuda y sus hijos corriendo hacia la escena del crimen a través del patio cortaron enseguida un nuevo acceso de ira…Pensó en su mujer y en su hijo, cuyas vidas había arruinado. Cuando su vida juntos auguraba años de tranquilidad y feliz rutina, y después de superar la muerte de su primera hija con el nacimiento de un segundo hijo, todo se había arruinado. Guadalupe había malvivido, ente la vergüenza y la incomprensión, todos sus largos años de cárcel. Primero en Aguilar de Campos, en la casa familiar, más escondida que acogida, en un lugar ajeno, entre miradas huidizas y conversaciones en voz baja. Luego, de vuelta en Zaragoza, trabajando en otras casas, pero pensaba que ese era su sitio y que el hijo tendría mejor futuro en la ciudad, y por si algún día trasladaban a Lucidio a la prisión de allí. Y pensó en su propia vida. Dieciocho años en el pueblo, en su casa, hasta que decidió ensanchar su mundo y su vida. Diecinueve en el ejército, donde encontró su futuro, un buen lugar para desarrollar sus gustos y donde sus habilidades eran reconocidas. Después, de repente, ¿estaba eso escrito?, la ira irrefrenable, el horror. Siempre tenido por un hombre cabal, en cinco minutos todo se había derrumbado. Y luego, la cárcel. Condenado por los ganadores y por todos. Tres años en El Dueso, un paréntesis en el 37 en Santander, pero la vida no deja de acosarle: cruza las líneas andando hasta Aguilar, 250 km, donde, al poco, es denunciado, detenido y enviado de nuevo a Santoña, luego a El Puerto, Madrid II, Guadalajara…Es 1950, tiene 53 años.

No cabe duda de que sólo nosotros somos los protagonistas de nuestra propia historia. Pero ¿quién la escribe, quién es el autor de ese libro?

 

Mayo, 2020