lunes, 24 de mayo de 2021

De cómo hemos llegado a esto

 De cómo hemos llegado a esto

 

“El patriotismo es un invento de las clases poderosas para que las clases inferiores se defiendan de los intereses de los poderosos”. Miguel Gila

 

En el principio, el ser humano corría tras los animales. Los más fuertes trataban de cazarlos, y los menos fuertes les esperaban recolectando hierbas y raíces. Cuando volvían con la caza, comían su carne, junto con las raíces, y luego se apretaban para descansar juntos. De tanto comer carne, empezaron a darse cuenta de más y más cosas. Así, descubrieron que algunos de aquellos animales, si los cazaban vivos, podían ser mantenidos junto a ellos sin mucho esfuerzo, y así no tener que salir a cazar todos los días; a la vez, también se percataron de que algunas de aquellas plantas que comían producían unas bolitas; esas bolitas (las llamaremos semillas) caían al suelo, y con el tiempo, salía otra planta igual. Entonces decidieron buscar un buen abrigo, guardar los animales y cultivar las plantas. Y también aprendieron a conservar los rayos que, de vez en cuando, caían del cielo. ¿El cielo? Cosa curiosa ésta. De ahí venían la mayoría de sus preocupaciones y sus alegrías. Necesitaban que cayera agua del cielo para que las semillas germinaran, pero de vez en cuando caía demasiada, o muy poca, y así no había manera. Necesitaban que se cubriera de nubes, -¡era entonces cuando caía agua!- pero también que brillara el sol, porque se sentían mejor y las plantas crecían más grandes.

Las tareas de la tribu se las repartían entre todos: cada vez había más que hacer -cuanto más se apretaban contra el frío, más individuos nacían...-, pero todo lo hacían en grupo: podían cuidar de más animales y cultivar más plantas. Y los que no podían hacer ni una cosa ni otra porque eran mayores, cuidaban de los pequeños y les contaban sus cosas.

Eran felices.

Pero había varios a los que, por lo que fuera, no les gustaba trabajar. Había uno al que le gustaba mirar a las estrellas, al cielo y a las nubes. También, sabía más que nadie de plantas. Era muy observador (a éste le llamaremos hechicero). Se percató de que los demás no entendían muy bien cómo funcionaba eso del cielo. Así que se le ocurrió que, si lograba convencerles de que era él y no otro quien podía controlar todo aquello, su futuro estaba asegurado sin tener que trabajar. Por si acaso las nubes no se abrían cuando hacía falta, decidió convencerles de que, en realidad, casi todo dependía de un ser invisible que habitaba por encima del cielo. Era difícil de contentar, pero él tenía línea directa, decía. Así que, a cambio de unos animales y de algunas plantas, él se encargaba gustosamente de negociar con el ser superior (a éste le llamaremos dios). A un amigo del anterior tampoco le gustaba trabajar, y además se aburría con aquello de las estrellas y las plantas, era muy bestia. Su única cualidad era que hablaba bien y con voz potente, y a los demás de la tribu les gustaba escucharle alrededor del fuego (le llamaremos rey). Tal era su verborrea y poder de convicción que su influencia en las masas iba en aumento, y otros poblados vecinos se sumaban a sus alocuciones. A cambio de más animales y más plantas, les garantizaba protección (?), ningún problema para él, ya sabemos que era muy bestia, a la vez que les convencía de que otros vecinos podían discrepar y no necesitar de su cuidado (con lo que el invento podría irse al garete).  

Al amigo, a hechicero, le empezó a gustar aquello. Al fin y al cabo, con muchas más tribus y más tierras, su amigo rey iba a tener muchos más animales y plantas (bueno, como tenía ya suficiente, aceptaba también enseres de los que la gente elaboraba en casa). Como no paraba de darle vueltas a la cabeza, se le ocurrió otra cosa. Consciente de la bruteza de su amigo, le convenció para que hiciera creer a los del pueblo que, si era rey, lo era porque dios así lo había querido, como lo del sol y el agua. Entonces, podrían aunar esfuerzos: al fin y al cabo, esos pobres no entienden casi nada, y sin embargo entre nosotros dos podemos conseguir más tribus y más tierras, lo que significa más animales, más plantas y más manufacturas: tú te ocupas del día a día, y yo te doy la cobertura sobrenatural (feedback llamaremos a esto). A rey le pareció una excelente idea. Además se les ocurrió que, en caso de morir, el siguiente rey y el siguiente hechicero fueran de sus mismas proles, tocados de la mano de dios como estaban. Enseguida comprobaron que la cosa funcionaba perfectamente. Bueno, siempre había alguno que ponía mala cara: decía que él trabajaba y los otros no, y que no le parecía bien, porque todos comían igual, que no necesitaba protección, y bla bla bla. No problem, dijeron rey y hechicero. Diremos que no cree en dios y que es tonto. Nadie le seguirá, todos quieren que dios exista, para que llueva.

Y así, la sociedad de los dos amigos fue creciendo.  

Alguno de los que no estaba de acuerdo, decidió abandonar el reino, harto de lo que veía. No le gustaba trabajar para otros, pensaba que se podía proteger solo y lo del ser por encima del cielo cada vez lo veía menos claro, incluso sin nubes. Así que se marchó. Volvió al cabo del tiempo. Y contaba cosas preocupantes. Resulta que, muy lejos, había más hechiceros, más reyes y más reinos -¡vaya, la idea tampoco había sido tan original!-, y parecía como si también pugnaran con ensanchar sus territorios, tanto, que igual ponían en peligro el propio.

Hechicero y rey se juntaron a pensar, -bueno, uno más que otro-. Y hechicero, como casi siempre, tuvo una buena idea. Les diremos que el dios del que emana el poder de los otros reyes es muy malo, está equivocado el pobre, y sólo quiere acabar con el nuestro, y por ende, con nuestro rey, tomar nuestras tierras y exterminarnos. No hay más que ver los extraños ritos en aquellos otros dominios, y las extrañas lenguas y aspectos de sus gentes. Son raros, y malos. Sobre todo, muy malos.

Ah, pero los malos también decían lo mismo de éstos. Y así, hecha la ley hecha la trampa, cada vez había más reyes y más dioses. Bueno, habrá que hacer algo, se dijeron todos ellos. Lo primero, establecer límites claros de cada uno de los dominios, que todo el mundo sea consciente de a qué reino pertenece y cuál es su dios. Si podemos, estableceremos tratados y alianzas con los otros reinos; si no podemos, fijaremos bien nuestros territorios y los defenderemos si nos atacan. Además, es muy importante que todos piensen aquí que su rey es el  mejor y su dios el más bueno. Para todo ello, es imprescindible que todos crean que ser de este reino y creer en este dios es lo mejor que les podía pasar, y que los otros están equivocados con su dios y con su rey, pobres. Diseñaremos enseñas propias, (las llamaremos banderas), y marcaremos bien las fronteras (a esto le llamaremos país). Si conseguimos que nuestros súbditos confíen ciegamente en su dios, su rey y su país (un pack, en una palabra), tenemos de nuevo el futuro asegurado, aunque haya más reinos y más dioses: aún hay Tierra para todos. Necesitaremos, eso sí, gente para hablarles del dios verdadero (a esto le llamaremos religión). Y necesitaremos, mucha más para ayudar a rey a defender las fronteras (esto serán los ejércitos).  Por si acaso hay muchos que desean viajar y conocer algún otro país que les vaya a gustar más, no le dejaremos salir a menos que lleve un papel que sólo nosotros podemos darle (pasaporte en adelante). Y no dejaremos de intentar convencerles de cuál es el mejor rey y el dios más bueno. Si hay guerra, como vamos a vencer, todos saldremos ganando –bueno, menos los que mueran, claro-. Y si no hay guerra, inventaremos competiciones incruentas, donde a la gente le guste mostrar y defender sus estandartes de país ante los estandartes de los demás (fútbol a partir de ahora). Todo para que, por la gracia de su dios, el único, amen a su país, el mejor, y así tú y yo podamos seguir tan ricamente, valga la palabra.

Y cada vez hay más hechiceros y más reyes, más países, más ejércitos y más religiones, y más gente infeliz que, en lugar de cuidar animales y cultivar la tierra, intenta olvidar sus problemas viendo fútbol. Y “Sálvame”.

Y en eso estamos.

 

Carlos Fernández Bañeres

 

Publicado en Andalán.es el 02.04.21

 

 

 

 

 

 

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